Una incipiente lumbre se expande en el oriente; uno tras otro, mueren los públicos fanales… Ya la ciudad despierta, con un rumor creciente que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.
Los ruidos cotidianos fatigan el ambiente: pregones vocingleros de diarios matinales, bocinas de carruajes que pasan velozmente, crujidos de maderas y golpes de metales.
Y elévase en ofrenda magnífica de abajo el humo de las fábricas — incienso del trabajo —; rezongan los motores en toda la ciudad,
en tanto que ella misma, para la brega diaria, se pone en movimiento como una maquinaria, movida por la fuerza de la necesidad.