Como el triste piloto que por el mar incierto se ve con turbios ojos, sujeto de la pena sobre las corvas olas que, vomitando arena, lo tienen de la espuma salpicado y cubierto,
cuando, sin esperanza, de espanto medio muerto ve el fuego de Santelmo lucir sobre la antena, y, adorando su lumbre, de gozo el alma llena, halla su nao cascada surgida en dulce puerto, así yo el mar surcaba de penas y de enojos, y, con tormenta fiera, ya de las aguas hondas medio cubierto estaba, la fuerza y luz perdida,
cuando miré la lumbre, ¡Oh, Virgen!, de tus ojos, con cuyos resplandores, quietándose las ondas, llegué al dichoso puerto donde escapé la vida.