Cuando, al caer la tarde, como un suspiro, orea los nemorosos patios del barrio de Triana, y el cabello de Carmen, que de negro azulea, y sus ojos, en donde amor florece y grana...
Envuelto en ese halo de gracia que defiende al hombre que es amado de una mujer hermosa, pasa Antonio, y en una larga mirada enciende el alma y las mejillas de Carmen, ruborosa.
Ella lo ve alejarse, sintiendo confundido al latir de su pecho el paso conocido. Y al rezar el rosario, y al regar las macetas,
un nombre la perturba con delicias secretas. Y sola ante el espejo - confesará mañana -, prende en su pelo negro una rosa temprana.