Andrés Eloy Blanco. Coloquio bajo el ciprés


Y ahora, en el crepúsculo, es la hora
de mirarnos las caras
con poco hablar y con decirlo todo,
seis ojos y tres ánimas,
la confluencia de todo en el silencio,
mi ser que se convoca, como el agua en el agua,
en un solo mirar mi turno entero
mi vida entre mis tardes y tus albas,
porque es bueno pensar que cualquier día,
quizá muy pronto, sea para el ciprés mi alma
y en una tarde de las tardes mías
o en un amanecer de tus mañanas,
te apartes una gota de otra gota
para que entre en tus ojos mi última mirada.
Por eso, en este ocaso, ya es la hora
de entregarte mi lámpara,
ya nos llegó el momento
de que tu mano encienda la luz que se me apaga.
Mi luz, mi pobre luz a ti confío,
farol en tu pasillo, veladora en tu cama;
no digas que es linterna para encontrar a un Hombre
sino luz de sereno que ayude a los que pasan.
En las noches sin luna, cuélgala en el camino,
en las de tempestad ponla en la playa,
haz de mi luz un hecho que ilumine tu mano
y de tu mano un hecho de tierra iluminada.
Y así como te doy el cuido de mi luz
y así como te pido cultivarla,
como te doy mi luz, te doy mi sombra,
sólo para tu amor y tu esperanza;
también la sombra puede cultivarse
si se le da la vecindad del alma;
como se siembra un árbol en la tierra
puede sembrarse un sueño en la almohada.
Si hasta mi misma luz llega a faltarte,
mi sombra estará siempre detrás de tus pisadas.

Más que mi luz, tuya
mi sombra acostada,
no hay quien te la quite,
sombra no se apaga,
tuya para siempre;
hijo de mi alma
la sombra es lo único
que no arrastra el agua.

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