Rubén Bonifaz Nuño. ¿Qué soledad hiriente?


¿Qué soledad hiriente, qué finísima
desolación te ciñe a veces, dura,
que me puebla de un simple, doloroso
temblor; de un evidente miedo?

Cuando la noche es más solemne y ciega,
cuando en tu cuerpo he conseguido
que despierte el amor, y pliegue a pliegue,
pétalo a pétalo,
poro a poro te extiendes, y el deseo
tiembla bajo tu piel, sin que lo quieras,
se hace visible y brilla;

cuando más blanda estás, cuando más cerca
entonces algo, alguno,
alguien a quien no miro te recubre
de pronto de una exacta
cutícula de espanto,
de una piel transparente que no es tuya.
Como si el aire mismo,
tu capullo de atmósfera, cerrándose,
de mí te defendiera.

Y no es el miedo de que tú te vayas
el que siento, ni el miedo de tenerte;
mira: cuando te quiero
yo no puedo pensar en que más tarde
tú podrás no quererme o querrás irte.

Cuando te quiero, cuando estás, no queda
en mí lugar vacío, no permites
que piense en otra cosa;
ni en él dolor, ni en la amargura,
ni en la fuga del tiempo irreparable.

No. Lo que es mi enemigo
es algo que está fuera de nosotros;
es algo que te tuvo y que no quiere
perderte, que te grita, que se agarra
a ti, desesperado, y me combate.

Pero mi amor no existe inútilmente.

mir-es.com