Qué! ¡De las ondas el hervor insano Mece por fin mi lecho estremecido! ¡Otra vez en el Mar!... Dulce a mi oído Es tu solemne música, Oceano. ¡Oh! ¡cuántas veces en ardientes sueños Gozoso contemplaba Tu ondulación, y de tu fresca brisa El aliento salubre respiraba! Elemento vital de mi existencia, De la vasta creación mística parte, ¡Salve! felice torno a saludarte Tras once años de ausencia.
¡Salve otra vez! a tus volubles ondas Del triste pecho mío Todo el anhelo y esperanza fío. A las orillas de mi fértil patria Tú me conducirás, donde me esperan Del campo entre la paz y las delicias, Fraternales caricias, Y de una madre el suspirado seno.
¡Me oyes, benigno Mar! De fuerza lleno, En el triste horizonte nebuloso, Tiende sus alas aquilón fogoso, Y las bate: la vela estremecida Cede al impulso de su voz sonora, Y cual flecha del arco despedida, Corta las aguas la inflexible prora. Salta la nave, como débil pluma, Ante el fiero aquilón que la arrebata Y en torno, cual rugiente catarata, Hierven montes de espuma.
¡Espectáculo espléndido, sublime De rumor, de frescura y movimiento: Mi desmayado acento Tu misteriosa inspiración reanime! Ya cual mágica luz brillar la siento: Y la olvidada lira Nuevos tonos armónicos suspira. Pues me torna benéfico tu encanto El don divino que el mortal adora, Tuyas, glorioso Mar, serán ahora Estas primicias de mi nuevo canto.
¡Augusto primogénito del Caos! Al brillar ante Dios la luz primera, En su cristal sereno La reflejaba tu cerúleo seno: Y al empezar el mundo su carrera, Fue su primer vagido, De tus hirvientes olas agitadas El solemne rugido.
Cuando el fin de los tiempos se aproxime, Y al orbe desolado Consuma la vejez, tú, Mar sagrado, Conservarás tu juventud sublime. Fuertes cual hoy, sonoras y brillantes, Llenas de vida férvida tus ondas, Abrazarán las playas resonantes -Ya sordas a tu voz-, tu brisa pura Gemirá triste sobre el mundo muerto, Y entonarás en lúgubre concierto El himno funeral de la Natura.
¡Divino esposo de la Madre Tierra! Con tu abrazo fecundo, Los ricos dones desplegó que encierra En su seno profundo. Sin tu sacro tesoro inagotable, De humedad y de vida, ¿Qué fuera? -Yermo estéril, pavoroso, De muerte y aridez sólo habitado.
Suben ligeros de tu seno undoso Los vapores que, en nubes condensados Y por el viento alígero llevados, Bañan la tierra en lluvias deliciosas, Que al moribundo rostro de Natura Tornando la frescura, Ciñen su frente de verdor y rosas.
¡Espejo ardiente del sublime cielo! En ti la luna su fulgor de plata Y la noche magnífica retrata El esplendor glorioso de su velo. Por ti, férvido Mar, los habitantes De Venus, Marte, o Júpiter, admiran Coronado con luces más brillantes Nuestro planeta, que tus brazos ciñen, Cuando en tu vasto y refulgente espejo Mira el Sol de su hoguera inextinguible El áureo, puro, vívido reflejo.
¿Quién es, sagrado Mar, quién es el hombre A cuyo pecho estúpido y mezquino Tu majestosa inmensidad no asombre? Amarte y admirar fue mi destino Desde la edad primera: De juventud apasionada y fiera En el ardor inquieto, Casi fuiste a mi culto noble objeto. Hoy a tu grata vista, el mal tirano Que me abrumaba, en dichoso olvido Me deja respirar. Dulce a mi oído es tu solemne música, Oceano.
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mir-es.com 02 06 2015
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