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Salvador Díaz Mirón. Sursum : El mundo habla españolMéxico
Salvador Díaz Mirón. Sursum
A Justo Sierra
¡Cuán grata es la ilusión a cuyos lampos tienen perenne vida los amores, inmarcesible juventud los campos y embriagadora eternidad las flores! ¡Cuán vívido es el iris que colora, magia oriental, la suspirada orilla y a cuyo hermoso resplandor de aurora radia hasta el fango que después mancilla! La verdad, si engrandece la conciencia, devora el corazón nunca sumiso; es el fruto del árbol de la ciencia y siempre hace perder el paraíso. Mas aunque el bardo mate la quimera y desvíe y aparte de sus ojos el prisma encantador, y por doquiera mire sombras y vórtices y abrojos, ha de cantar la redentora utopía, como otra estatua de Memnón que suena y ser, perdida la esperanza propia, el paladió de la esperanza ajena!
¡Cuando el mundo, ese Tántalo que aspira en vano al ideal, se dobla al peso de la roca de Sísifo, y expira quemado por la túnica de Neso; cuando al par tenebroso y centellante imita a Barrabás y adora al Justo, y pigmeo con ansias de gigante se retuerce en el lecho de Procusto; cuando gime entre horribles convulsiones para expiar sus criminales yerros, mordido por sus ávidas pasiones como Acteón por sus voraces perros; cuando sujeto a su fatal cadena arrastra sus desdichas por los lodos, y cada cual en su egoísta pena vuelve la espalda a la aflicción de todos; el vate, con palabras de consuelo, debe elevar su acento soberano y consagrar, con la canción del cielo, no su dolor sino el dolor humano!
Sacro blandón que en la capilla austera arde sin tregua como ofrenda clara y consume su pabilo y su cera por disipar la lobreguez del ara; vaso glorioso en donde Dios resume cuanto es amor, y que para alto ejemplo gasta y pierde su llama y su perfume por incensar en derredor el templo; sublime Don Quijote que ambiciona caer al fin entre el fragor del rayo, torcida y despuntada la tizona y abierto y rojo por delante el sayo ave fénix que en fúlgidas empresas aviva el fuego de su hoguera dura y muere convirtiéndose en pavesas de que renace victoriosa y pura… ¡Eso es el bardo en su fatal destierro! Cantar a Filis por su dulce nombre cuando grita el clarín: ¡despierta, hierro! ¡Eso no es ser poeta, ni ser hombre!
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