El cordero balaba dulcemente.
El asno, tierno, se alegraba
en un llamar caliente.
El perro ladreaba,
hablando casi a las estrellas...
Me desvelé, Salí. Vi huellas
celestes por el suelo
florecido
como un cielo
invertido.
Un vaho tibio y blando
velaba la arboleda;
la luna iba declinando
en un ocaso de oro y seda,
que parecía un ámbito divino...
Mi pecho palpitaba,
como si el corazón tuviese vino...
Abrí el establo a ver si estaba
El allí.
¡Estaba!
Pintura : Andrey Rublev.
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