Los hijos de Dios no tienen techo,
y hambrientos, deambulan como espectros;
y tienen sed, y no hallan sombra para su sol.
Sobre ellos se ensaña la soberbia
de pequeños, humanos dioses despóticos,
que con sus estrépitos rompen la armonía
del viento.
Sembrad, pues, de trigo los desiertos,
endulzad el agua de los mares;
aplacad la ira de Dios:
aquel que ha construido el mundo,
puede destruirlo.