Gabriela Mistral. Padre veedor
Padre veedor, padre amoroso,
guárdala, guárdala, guárdala, guárdala,
de sanguinoso horizonte,
de nieve que besa y mata,
de neblina que torna y ciega
y de las playas ensalmueradas,
y del espíritu que va en el viento
aullando oscuras palabras.
Señor dueño de los caminos
de greda roja y greda pálida,
que la marcha haces aérea
y liberas nuestras plantas
del filo de cuarzos crueles
y de huella ensangrentada
y el paso vuelves alácrito
o lento como la balada,
dale el ritmo del llanto lento
o el de la vicuña cauta.
Padre sin dueño como los mares
lleno de silencio o de hablas:
afina, afina, su oreja de ave,
para la lenta sierpe ondulada.
Padre secreto como la mina
como el nido o como la valva:
óyele el paso cuando le falle
o le mengüe como la lágrima.
De cuanto hiciste que alienta y corre
por serranías y por llanadas
se le parecen la golondrina
la codorniz y la venada,
la rama dulce de la mimbrera
y la gaviota sobre la oleada.
Mídele viento, sol, arena
y desvíale la tornada,
y la rama del pino abájale
cuando en ella la alondra canta.
Va caminando los tres senderos,
el del aire, la arena, el agua,
el invisible del Destino
y el inaudible de la Gracia.
Dale el vuelo de la gaviota,
dale una mar jesucristiana,
un corro de estrellas amantes
y la canción que la lleva embriagada.
Aunque tus ojos la conocen,
te la digo por acercártela:
ojos ha sido para una ciega,
desvelo para una desvelada,
oído alerta para el grito
que suena en noche de tornada.
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