La luna, como un jigante
de caraza grana y chata,
que acechara tras la tierra,
poco a poco se levanta.
Sus manos van apartando
pinos, rocas; su inflamada
redondez radiante corta,
minúsculas, las majadas.
Mira todo: el campo mudo,
el mar sin nadie; y avanza
mas cada vez, tras su presa
triste, del hombre ignorada.