No el silencio de los astros, no.
No la música de las esferas.
Un ruido atronador, como de miles de voces lanzadas al viento
a una velocidad terrible, inconmensurable.
La verdadera voz del mundo, su quejido sinfónico.
No el susurro de Júpiter, el silbido de Marte.
Nuestras gargantas
– polifonía de soledades –
atraviesan el Universo
y dicen
de la estupenda equivocación de Dios
al crearnos.
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